ROMINA
Pocos años después Romina se topó casualmente con su viejo amor. Estaba tendido sobre una banqueta de la Plaza Mayor. Tenía canas y no se le veía bien en general. Parecía tener frío y ella sintió lástima. Ya no había más que eso.
Recordó entonces aquella noche en que después de haberla rasguñado y obligado, huyó despavorida por el puerto y fue rescatada por una mujer que pasaba por ahí. Al llevarla a su casa le dio leche con miel y su paladar conoció algo nuevo. Aquella mujer toda, era algo nuevo. Muchos hombres venían a visitarla y la trataban bien. “Madame” le decían, mientras Romina ronroneaba y aprendía sobre el amor.
Después de esos recuerdos, volvió su mirada hacia el pobre gato moribundo y se dio cuenta que ya había olvidado a qué sabe la amargura.