CARMEN

Carmen es muy hermosa. Tiene una mirada penetrante, unas manos prodigiosas. Me encanta cuando me abraza porque huele a flores, no a esas de cementerio y tampoco a las que compro para mi abuela los domingos. No. Carmen tiene un olor exquisito. A veces ardo por aprisionarla y saborear cada rincón de su piel, como si fuera yo un amante impulsivo, como si pudiera quietarme la ropa y hacerla mía sin mayor pudor. Pero no puedo.

Carmen es mi sobrina y yo la quiero mucho. Apenas tiene 17 años y yo "celebro" hoy mis 35. A Carmen eso de la edad no le importa porque ella no sabe de prejuicios o convencionalismos, pero yo no puedo deshacerme de los teoremas moralistas de mi madre. Nací así, apático, frío, calculador, cruel. No soy bueno socializando, sólo me dedico a mis números. No existe pasatiempo que me desvele, tan solo salgo los domingos para visitar a mi abuela, quien parecer burlar a la muerte. Ella dice que yo soy un viejo-niño. No entiendo mucho su bipolar calificativo, pero le sigo la corriente mientras disfruta el olor de las rosas.

Odio las rosas, mas me turba el olor a flores que proviene de Carmen, claro está, nunca lo demuestro. Jamás podría poner en evidencia tal debilidad, debilidad que a veces parece llevarme a la locura.

Cuando Carmen me abraza yo no puedo alargar mi mano para tocarle la espalda, pues temo que mis dedos se queden asidos a su delgada ropa. Hace un instante se sentó sobre mis piernas. No puedo creer que eso haya sucedido. Todos están en la cocina hartándose todo mi queque de cumpleaños mientras yo estoy acá en la sala viendo la televisión, sintiendo las nalgas apretadas de Carmen sobre mis rodillas.

Debe ser que estaba yo muy dormido o cansado; es la única forma de explicar semejante suceso. Siento que debo levantarme antes de que Carmen me abrace de nuevo. Mi hermana está en la cocina y no quiero que entre y vea a su hija sobre mis piernas endurecidas.

Creo que estoy sudando un poco, por eso trato de pensar en la raíz cuadrada de cualquier extraño número primo. No sé si debo perder el control y sujetarla como se merece, por coqueta, por abusiva, por ingenuamente cruel. Quizá deba levantarme furioso y castigarla. O simplemente largarme para siempre.

Lamentablemente en este punto ya no puedo. Me siento miserable y vulnerable; lo admito, peor combinación no puede existir. Casi veinte años de ventaja no me sirven de nada y Carmen se acomoda frente a mí y me abraza.

-¡Adivina!

- Decime…

- Ya tengo novio, pero no le digas a mamá.

Sonrío haciendo un gesto que más bien parece mueca. Carmen se levanta y yo me quedo tieso, mudo, petrificado. Es hora de levantarme e ir al baño. Necesito orinar desesperadamente.

Justo en el baño, me asalta la desnaturalizada tentación de expulsar mi interminable agonía. Un súbito placer me invade pero todo aquello se desmorona:

- Mijitooooo, ya está el café.

De inmediato me atacan los teoremas moralistas de mi madre.