La tía Lucha*
La tía Lucha no era muy hermosa. Alguna vez durante mi infancia escuché que en su juventud lo fue y mucho. De ella no se decía más que era soltera y que su estado se debía a una extraña dolencia.
De niña jugaba con mis primos en la salita rosada de mi abuela. Y ahí estaba la tía Lucha, siempre quieta, siempre intacta, como si no pudiera vernos. Por eso aprendimos a ignorarla. Conforme íbamos creciendo la tía se parecía cada vez más a un mueble de la casa. Nunca la determiné realmente hasta que una vez en medio de nuestros gritos infantiles la vi llorando. Tenía una enorme lágrima que lenta trataba de salir de su negro ojo izquierdo. Recuerdo que eso me impresionó tanto, que corrí a decídelo a mi madre. Ella ni se inmutó, siguió lavando los platos…
-Lo de tu tía no es del cuerpo, es del alma.
Finalmente me crecieron las caderas y terminé los estudios. Salí de casa de la abuela con una ilusión inquietante. Con mamá, la abuela y tía Lucha lejos, por fin sería libre. Emprendí el vuelo anhelante y si antes la tía Lucha era un cuerpo inerte ahora se había convertido en un vago recuerdo.
Algunas cartas ocasionales me revelaban las cotidianidades angustiantes de estas mujeres que tanto había amado y que traté de dejar en el pasado.
Pero las libertades no llegan como una lo espera y por eso el trabajo y el marido me resultaron peores cárceles. Ni los rosarios de la abuela ni los ayunos de mi madre pudieron librarme del divorcio. Y volví a casa imaginando un mejor futuro paras las tres y para la tía Lucha.
En casa de la abuela las tardes parecían interminables. Los atardeceres eran maravillosos y nada parecía moverse en esos instantes. Sentía que había vuelto a lo que tanto miedo me daba revivir. Pero era feliz en medio de todos mis sinsabores. La tía Lucha a veces me miraba con aire de deseo y la llevaba al patio, para que juntas disfrutáramos de las tardes amarillas, anaranjadas y azules… Más de una vez volví a ver la humedad en su mirada y una sonrisa mueca mientras sus manos parecían asirse con fuerza a la silla.
Luego de largas tardes compartidas con ella, las inquietudes me entraron en el pensamiento. Por qué la tía Lucha enferma, por qué soltera, por qué muda, por qué quieta, por qué segregada. Nunca encontré respuestas. Mi madre y mi abuela parecían dos seres frívolos ante la soledad de la Tía Lucha. Yo misma la olvidé miles de veces; olvidé quererla, presenciarla, indagarla, mirarla…
Después de tantos años acumulados la tía Lucha murió un día de octubre, lluvioso día de octubre. Y nos olvidamos de ella para siempre…
Al quedarme sola en medio de esta casa de puertas oscuras y salas rosadas, llegaron nuevamente las dudas y por más que busqué entre las pertenencias de mis féminas figuras de crianza, no hubo más que esfuerzos infructuosos; ni una foto, ni un carta, ni una constancia de ella, de sus años o de sus tristezas.
La tía Lucha quedó en el misterio al igual que en el silencio. El recuerdo de su figura etérea y su mirada húmeda no me dan tampoco respuestas… quizás sufrió la pena de un amor, quizás la ausencia, el pecado o la distancia. Como sea, la Tía Lucha continúa en la estancia rosada de la casa pero acá ya no hay niños jugando, ni atardeceres multicolores. Acá no hay nada más que su presencia intangible y yo de vez en cuando me siento como ella…
*Para mi amigo, el hombre Azul.
De niña jugaba con mis primos en la salita rosada de mi abuela. Y ahí estaba la tía Lucha, siempre quieta, siempre intacta, como si no pudiera vernos. Por eso aprendimos a ignorarla. Conforme íbamos creciendo la tía se parecía cada vez más a un mueble de la casa. Nunca la determiné realmente hasta que una vez en medio de nuestros gritos infantiles la vi llorando. Tenía una enorme lágrima que lenta trataba de salir de su negro ojo izquierdo. Recuerdo que eso me impresionó tanto, que corrí a decídelo a mi madre. Ella ni se inmutó, siguió lavando los platos…
-Lo de tu tía no es del cuerpo, es del alma.
Finalmente me crecieron las caderas y terminé los estudios. Salí de casa de la abuela con una ilusión inquietante. Con mamá, la abuela y tía Lucha lejos, por fin sería libre. Emprendí el vuelo anhelante y si antes la tía Lucha era un cuerpo inerte ahora se había convertido en un vago recuerdo.
Algunas cartas ocasionales me revelaban las cotidianidades angustiantes de estas mujeres que tanto había amado y que traté de dejar en el pasado.
Pero las libertades no llegan como una lo espera y por eso el trabajo y el marido me resultaron peores cárceles. Ni los rosarios de la abuela ni los ayunos de mi madre pudieron librarme del divorcio. Y volví a casa imaginando un mejor futuro paras las tres y para la tía Lucha.
En casa de la abuela las tardes parecían interminables. Los atardeceres eran maravillosos y nada parecía moverse en esos instantes. Sentía que había vuelto a lo que tanto miedo me daba revivir. Pero era feliz en medio de todos mis sinsabores. La tía Lucha a veces me miraba con aire de deseo y la llevaba al patio, para que juntas disfrutáramos de las tardes amarillas, anaranjadas y azules… Más de una vez volví a ver la humedad en su mirada y una sonrisa mueca mientras sus manos parecían asirse con fuerza a la silla.
Luego de largas tardes compartidas con ella, las inquietudes me entraron en el pensamiento. Por qué la tía Lucha enferma, por qué soltera, por qué muda, por qué quieta, por qué segregada. Nunca encontré respuestas. Mi madre y mi abuela parecían dos seres frívolos ante la soledad de la Tía Lucha. Yo misma la olvidé miles de veces; olvidé quererla, presenciarla, indagarla, mirarla…
Después de tantos años acumulados la tía Lucha murió un día de octubre, lluvioso día de octubre. Y nos olvidamos de ella para siempre…
Al quedarme sola en medio de esta casa de puertas oscuras y salas rosadas, llegaron nuevamente las dudas y por más que busqué entre las pertenencias de mis féminas figuras de crianza, no hubo más que esfuerzos infructuosos; ni una foto, ni un carta, ni una constancia de ella, de sus años o de sus tristezas.
La tía Lucha quedó en el misterio al igual que en el silencio. El recuerdo de su figura etérea y su mirada húmeda no me dan tampoco respuestas… quizás sufrió la pena de un amor, quizás la ausencia, el pecado o la distancia. Como sea, la Tía Lucha continúa en la estancia rosada de la casa pero acá ya no hay niños jugando, ni atardeceres multicolores. Acá no hay nada más que su presencia intangible y yo de vez en cuando me siento como ella…
*Para mi amigo, el hombre Azul.
9 comentarios:
Uno, para bien o para mal,no escoge a la familia. Pero hoy, sin ningun titubeo, escogo a tu tia Lucha dentro de mi arbol genealogico. Saludos.
asi sucede en las familias y en la vida en general... todo tenemos una historia que contar y pasamos por encima de la historia de otros sin siquera darnos cuenta.
la tia Lucha... como me ha gustado!!! cuantas cosas se quedan dentro de nosotros y se mueren cansadas de esperar que se abrá la puerta?
y la vida... se repite en nosotros.
te quiero!! gracias!!!
La de cosas valiosas que se nos escurren por no prestarles atención hasta que ya es demasiado tarde... Saludos.
Muchos días me levanto y me siento como la tía Lucha:
Lo de tu tía no es del cuerpo, es del alma.
Las lagrimas que quieren salir por guardar tanto, o por tener nada...
Gracias Marce por la dedicatoria!!!
Vos sos toa!!!!!!!!!
Esperamos el de la víctima también!!!
Una vez más pura vida mi xwoman y sigue escribiendo!!!
Lo tu tía Lucha, es como mi tía Mari. Con la salvedad de que ella tiene párkinson desde hace como 40 años.
Y aunque aún está lúcida, y aún habla, y acaba de cumplir 83, cada día se vuelve un mueble más del decorado de la casa de mi abuela.
No porque en la familia no la queramos, sino que su parsimonia forzada por los años y la enfermedad a veces desespera a nosotros, generaciones amenazadas por el coco de llegar tarde y de la ineficiencia.
Me gustó la historia, podrás ver.
La tía lucha es una metáfora.
Es tan solo la soledad de las que se van quedando, ella siempre fue un recuerdo, una sombra, mas nunca una persona, una historia, mucho menos alguién amada o aquién echar de menos, pues en realidad siempre estuvo ausente. Hermoso caro como siempre.
En mi familia por parte de madre tengo dos tías luchas, ezquizofrénicas, dos más, hombres murieron, cayo cayo, el más simpático y artista de todos, es al que recuerdo con afecto, al otro , al juanito no lo conocí pero mi mamá lo quería mucho. Las dos que quedan, la Rosita y la Julia, envejecen como niñas, haciendo el aseo, mirando tele por las noches. Tú relato tiene eso, un recuerdo nostálgico y la aceptación de los que de algún modo somos.
Saludos desde Chile, Tirilla
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