martes, junio 08, 2010

El dedo



El alcohol había hecho de las suyas. Mi esposa y yo tomamos más de lo debido y al llegar a casa empecé a sentirme bastante mal. Ella no; estaba ansiosa por terminar la noche saciando alguna de sus locas fantasías. No estaba muy dispuesto, pero nos desnudamos. En medio de todo pensé en detenerme e irme al hospital, pero Luisa no me daba tregua, hasta que definitivamente no pude más. Me levanté como una bestia que sólo puede seguir su instinto y llegué nauseando hasta el baño. Todo mi asqueroso interior había quedado como rastro, entre otras cosas, sobre el sostén rojo de Luisa, la alfombra fina del cuarto y el cordón negrísimo de mi zapato izquierdo.

Por unos minutos no escuché nada más que mis propios arcazos y así, desnudo, de rodillas, con mi rostro casi dentro del inodoro sentí de pronto el dedo rígido y larguirucho de Luisa dentro de mi ano sudoroso. ¡Experiencia deliciosamente tortuosa, inimaginable y de una insolencia casi obtusa! Sentí la mayor explosión del mundo.

Desde esa noche, como animal humillado por el placer más oscuro, recordé de inmediato por qué jamás la había amado.

1 comentario:

Amorexia. dijo...

vaya revelación! claro! el alcohol deshinibe no?

excelente texto.

deshora.